Si iniciamos un viaje a la Prehistoria, y más concretamente al Paleolítico, no tardaríamos en darnos cuenta de que la actividad económica del ser humano, es decir, aquella orientada a las satisfacción de sus necesidades, consistía básicamente en cazar, pescar y recolectar aquello que la Naturaleza ponía a su disposición. Satisfacía así sus necesidades más básicas y siempre a merced de los movimientos migratorios de los animales y los fenómenos climáticos. Ya en estas tribus existe cierta división del trabajo, algún miembro de la tribu hace el fuego como nadie, otro es fuerte y ágil para abatir animales de envergadura y un tercero es el mejor trepando a los árboles para alcanzar los mejores frutos. Esa división del trabajo conlleva cierta especialización, es decir, aquellos miembros que se dedican repetidamente a determinadas tareas perfeccionan la técnica cada vez más, lo que les permite hacerlo de forma cada vez más eficiente.
La división del trabajo consiste en dividir procesos producción complejos en tareas sencillas de forma que cada trabajador se especializará en una tarea y será más productivo por 3 motivos:
- Al repetir la misma tarea se mejora la habilidad del trabajador en su desempeño.
- Al no tener que cambiar de tarea se produce un ahorro de tiempo.
- Se desarrollan herramientas y técnicas útiles.
Efectivamente, el hecho de especializarnos en algunas de esas actividades o tareas conlleva el desarrollo de utensilios y técnicas que, a su vez, conllevan mejoras de eficiencia en el uso de los recursos, entre ellos el tiempo. Conseguimos producir más con menos.
Las mejoras en la eficiencia, fruto de la especialización, pudieron llegar a permitir producir más de lo necesario para la mera supervivencia, es decir, pudieron llegar a permitir generar un cierto excedente. Ese excedente se traduce en la acumulación de cierto capital productivo (bienes que sirven para producir otros bienes) como hachas de piedra, molinos manuales o rudimentarios hornos, almacenes para el grano, etc. Pero también esa acumulación de excedentes impulsa el intercambio con otros productores u otras tribus.
Si volvemos a viajar a la Prehistoria vemos que, de alguna forma, todo el conocimiento y progreso técnico que se iba acumulando a lo largo de los siglos y se transmite de generación en generación, terminó por producir el salto al Neolítico, la considerada como primera gran revolución tecnológica.
El comienzo del Neolítico viene marcado por la domesticación de algunas plantas, sobre todo cereales, y algunos animales, lo que podemos decir que da comienzo a la agricultura y la ganadería. Pasamos de recolectar a cultivar y de cazar a pastorear. Estos avances, entre otro, permitieron que el humano pudiera dejar de ser nómada para ser sedentarios, dando inicio a las primeras sociedades urbanas en las que el intercambio de bienes era clave para satisfacer las necesidades de unos individuos y una sociedad cada vez más especializada.
En conclusión, vemos que se genera un cierto circulo virtuoso en la relación entre división del trabajo, especialización y progreso técnico, generación de excedente, e intercambio. Una relación que cada una de las revoluciones tecnológicas posteriores ha venido a confirmar y que ha supuesto grandes aumentos de eficiencia a lo largo de la historia.
Sin embargo, como bien dice el refrán, no es oro todo lo que reluce. El intercambio produce, indefectiblemente, una mayor interdependencia. No necesitamos unos a otros para la satisfacción de nuestras necesidades. Primero entre personas y tribus, pero luego entre países y sectores productivos, resultando en un mundo cada vez más complejo que requiere de cierta coordinación:
- Coordinación de los intercambios. Las personas de hoy en día apenas producen casi nada de lo que necesitan. Dependemos de otros individuos para producir los bienes que satisfagan nuestras necesidades. Dependemos del intercambio y este no es fácil si somos muchos los que intercambiamos con deseos y cosas que ofrecer diferentes. Esta coordinación recae sobre el mercado, la institución que canaliza dicho intercambio, con el dinero como engrase para facilitarlo.
- Coordinación de la producción. Por otro lado, producir un bien requiere coordinar muchas tareas más pequeñas desarrolladas por diferentes personas y en combinación con el resto de factores productivos. ¿Sobre quién recae esta coordinación en nuestra sociedad? Es la empresa la que asume este cometido. Echa un vistazo al modelo del flujo circular de la renta que propuso F. Quesnay.