La vida en sociedad implica que las personas interactúan entre sí para satisfacer sus necesidades y deseos. Estas interacciones generan una división del trabajo, es decir, una especialización de las funciones productivas de cada individuo o grupo. La división del trabajo aumenta la eficiencia y la productividad, pero también crea una interdependencia entre los agentes económicos. Esto significa que nadie puede producir todo lo que necesita por sí mismo, sino que depende de lo que otros producen y ofrecen a cambio. El intercambio se convierte por tanto en uno de los ejes de la interacción entre los individuos. Lo explicaba en mayor detalle en este artículo y en este otro.
Todas las sociedades, ya sea una simple como la de Robinson Crusoe en su isla, o una más compleja, como la sociedad española requieren de cierta coordinación de la actividad económica y para llevar a cabo los intercambios necesarios. La vida en sociedad y la coordinación son dos temas que están íntimamente relacionados y toda sociedad se enfrenta a los mismos interrogantes básicos,
sintetizados por el economista alemán Walter Eucken y posteriormente por popularizados por el influyente economista Paul Samuelson:
- ¿Qué producir? ¿Más bienes o más servicios? ¿Más cañones o más mantequilla? ¿Más ropa o más calzado? ¿Qué tipo de ropa? Todas estas decisiones vienen determinadas por los gustos y preferencias de los individuos o agentes económicos y por la escasez. Dado que sabemos que los recursos son escasos y susceptibles de usos alternativos tendremos que elegir y asumir un coste de oportunidad. Hay que decidir la naturaleza y la cantidad de los bienes y servicios que han de producirse en cada uno de los sectores económicos, así como el momento en el que esa producción ha de llevarse a cabo.
- ¿Cómo producir? ¿Cómo organizar la producción? ¿Qué recursos utilizar? ¿Qué maquinaria y herramientas utilizar? ¿Utilizamos energía solar o de hidrocarburos? Las sociedades decidirán sobre la técnica, los recursos empleados en la producción y sobre quién se ha de encargar de la misma.
De nuevo hay que elegir, tomar decisiones que, de nuevo, vendrán determinadas por la búsqueda de la eficiencia, del mejor uso de los recursos. - ¿Para quién producir? ¿Para quién serán los bienes producidos? ¿Quién disfrutará los servicios ? ¿Cómo se repartirá lo producido? ¿Se hará de una forma igualitaria o se permitirá que unos acumulen más que otros? ¿Toda la sociedad tendrá acceso a los bienes y servicios? ¿Se establecerán unos bienes y servicios mínimos para todos los ciudadanos con menos recursos?
Estas cuestiones se derivan del hecho de que los recursos disponibles son limitados, mientras que las necesidades humanas son ilimitadas y cambiantes. Por lo tanto, es necesario elegir qué bienes y servicios producir, cómo producirlos y para quién distribuirlos. La forma en que se responda a estas tres cuestiones determinará la forma en que se organice la sociedad y por lo tanto la economía, y tendrá importantes consecuencias sobre el bienestar, la equidad y la cohesión social. Del mismo modo, la forma en que se organice la sociedad tendrá consecuencias sobre los deseos, la innovación y la eficiencia productiva. Se crea así un bucle o retroalimentación y, por eso, es importante entender los principios, los problemas y los desafíos que plantea la coordinación de la actividad económica.
¿Cómo se toman estas decisiones?
Podemos resumirlo en tres opciones: la tradición, la autoridad o el mercado.
- Tradición: Las sociedades más primitivas suelen responder a estas cuestiones acudiendo a la tradición, a las costumbres transmitidas de generación en generación. Todo se decide en virtud de unos usos que surgieron en el pasado y se han consolidado a lo largo del tiempo. Los hijos heredan el trabajo y prácticamente los deseos de los padres y, de esta forma, se determina el qué y cómo producir. El para quién, la distribución de lo producido, se realiza de forma más o menos ruda. Tradicionalmente la mujer ha recibido menos en este tipo de sistemas. El principal problema de basarse en la tradición es que las cosas se hacen de una forma porque “siempre se han hecho así” y con este mindset, se ralentiza o incluso bloquea el progreso técnico y económico.
- Autoridad: Las decisiones son tomadas por la autoridad existente. Así, los faraones de Egipto mandaron construir obras tan colosales como las pirámides; o los emperadores romanos ordenaron levantar templos, palacios y otros edificios como el Coliseo. Es una forma que funciona bien en tiempos de crisis (guerras o hambrunas) y tiende a mantener cierta igualdad entre los ciudadanos. El principal problema radica en que la autoridad no conoce la totalidad de las preferencias de la sociedad y suele cometer errores respecto a qué producir.
- Mercado: La forma de adoptar las decisiones económicas sobre los bienes (qué, cómo y para quién se producen) se toma en el mercado, a través del mecanismo de los precios. Este sistema se basa en la soberanía del consumidor, que implica que el consumidor expresa sus preferencias demandando los bienes que desea. La demanda aumenta el precio y esto da una señal al productor sobre qué debe producir incentivado por la obtención de un beneficio. Además, puesto que el productor busca los maximizar este beneficio, tratará de minimizar costes y producir de la forma más eficiente.